Ausencia de apoyo a ciegos y sordos
Soy ciego pero sólo de mis ojos, no de mi corazón. Así como cada uno de
ustedes, estoy repleto de sueños y tengo muchas aspiraciones en la vida.
Claro,
cuando cegaron mi vista también pusieron una persiana a algunas de las cosas
que quería hacer.
Si les comento un poco, desde
niño yo quería ser futbolista. Soy fanático de los deportes y en especial del
fútbol. Olimpia es el equipo de mis amores y vestir sus gloriosas prendas,
habría sido el halago y el honor más grande que los designios de la vida me
pudieron haber presentado.
Además, me encanta el balompié
internacional, soy seguidor del Barcelona, y no tengan duda de que cuando
juegue la selección, ahí me verán socando y queriéndome arrancar los cabellos
cuando fallamos un gol.
Se preguntarán cómo una persona como yo puede realmente entender el
fútbol y vivirlo con tanta pasión sin siquiera poder ver lo que ocurre en los
partidos. Les explicaré.
Tengo la dicha de que he tenido la oportunidad de tener personas muy
importantes en mi vida, como mi familia, que está compuesta por mi madre
Indira, mi padre Ricardo y mi hermana Celeste.
Además, tengo tres amigos que
los considero como parte de mi núcleo más cercano.
Sus nombres son Antoni, Jonathan
y Aníbal. Menciono a éstas personas, porque ellos son mi apoyo más importante
.
Cuando quiero ver un partido, ellos están junto a mí para contarme todos los
pormenores de lo que está aconteciendo en los terrenos de juego; también utilizo
mi radio para poder escuchar las narraciones y así tener una idea completa de
lo que se está viviendo en el deporte rey. Ahora bien, yo tengo la imagen de
una portería y de un campo de fútbol en mi mente. ¿Cómo puede eso ser posible
si soy ciego?
Pues les cuento que, yo no nací sin vista. Yo miré hasta los seis años.
Y es esto lo que quiero hacer énfasis, en cómo quedé ciego.
Yo vine al mundo cuando apenas
tenía seis meses de gestación. Por esa misma circunstancia estaba muy débil
cuando vi la luz, pero hasta ahí todo iba bien.
Resulta que posteriormente me colocaron en una incubadora, y fue allí
que todo cambió. El personal negligente del sistema de salud público no tuvo
los cuidados necesarios conmigo, ni con mis ojos y los dejaron expuestos ante
una potente luz de la máquina que me debía proteger.
Producto de eso, mis ojos se dañaron y comenzó en ellos un proceso
paulatino y progresivo de la pérdida de mi visión. Con el diagnóstico de mi
médico en mano, mi madre me llevó en sus brazos a ese centro de salud a
realizar un reclamo por la desatención ocurrida.
La única respuesta que recibió
fue que no era culpa de ellos, y que ellos hacían lo que podían pero no podían
estar pendientes en todo momento de cada niño por la falta de personal.
Hoy en día, aún sigo pagando lo que me hicieron. Y la verdad es, que en
cierta parte, es culpa del estado, por la falta de presupuesto y personal que
existe en estos lugares que brindan la salud pública a la población.
Señores, al quedar
ciego yo me convertí en parte del estimado millón de personas que tenemos una
discapacidad.
Yo me formé educacionalmente en
la Escuela para Ciegos Pilas Salinas. Egresé de allí en el 2005, y soy muy
agradecido de todos los docentes y personas que me ayudaron en mi formación
académica.
Es más soy tan agradecido que me duele lo descuidadas que están estas
instituciones, y que podrían ayudar a mucho más personas si tuvieran una ayuda
gubernamental; no sólo para los que no vemos, también para los sordos.
No nos olviden, somos humanos
igual que todos, y merecemos las mismas oportunidades.
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